martes, 9 de agosto de 2011

DEBROISE (1952-2008)

por Mónica Mayer

Como seguramente ya se habrán enterado, la muerte sorprendió a Olivier Debroise la noche del martes de la semana pasada. A muchos nos dejó atónitos y tristes.

Curador y crítico, Debroise tenía 56 años de edad. Llegó a México siendo aún adolescente y durante poco más de tres décadas se dedicó al arte con vigor e inteligencia.

Este breve espacio no me permite hacer un recuento justo de su labor y menos de su vida. Pero hay dos aspectos de su manera de abordar el trabajo que siempre me llamaron la atención y que sólo puedo describir de una manera un tanto extraña: era un desencajonador y un entretejedor. Acostumbrada a un medio cultural en el que los artistas producían y los críticos analizaban desde un punto de vista más o menos académico, él siempre me sorprendió por romper estos esquemas.

Además de ser un historiador riguroso y un crítico propositivo, Olivier se dio permiso para reflexionar sobre el arte desde medios que le permitían ser más creativo. A través de publicaciones como su novela como Diego de Montparnasse (FCE, 1979) o desde el cine, con su película Un banquete en Tetlapayac que se presentó en el DF en el año 2000, Debroise sacó a la crítica y a la historia del arte de sus cajones habituales.

Abrirse a otros medios le permitió experimentar y acercar a otros públicos al arte, pero también fue una manera de encontrar las formas idóneas para hablar de cada uno de los temas que le interesaban. Esto es evidente en su largometraje, ¿qué mejor manera de hablar de ¡Que viva México!, el filme que nunca terminó Sergei Eisenstein cuando vino a México en 1930, que a través de otra película?

Otro aspecto del quehacer de Olivier que siempre admiré fue su interés por crear sistema, por entretejer.

Un buen ejemplo de esto es haber sido miembro fundador y director de CURARE durante sus primeros años. Dedicada “a la investigación y análisis de la cultura visual en México”, esta asociación civil que data de 1991 ha sido fundamental para el arte mexicano.

La revista de CURARE es única en el medio mexicano por la calidad de su contenido y por su duración. Al principio, durante un tiempo llegó a publicarse como suplemento en La Jornada. Esto les permitió acercarse a un público más amplio, además de darle a las artes visuales una importancia que jamás ha vuelto a tener en ese medio, ni ha alcanzado en otros. No sólo supo hacer crítica, supo proyectarla.

Este crear sistema al que me refiero también lo llevó en años recientes a trabajar en la UNAM reuniendo la colección del aún nonato Museo Universitario de Arte Contemporáneo. No es cualquier acervo. Está planeado para empezar a subsanar los faltantes que padecen las colecciones de los museos públicos en este rubro.

La forma de trabajar de Debroise —cuestionando y proponiendo, investigando y creando, organizando y difundiendo— en sí misma reflejaba una postura política. Pero la importancia de su quehacer es que fue relevante: nos enseñó a ver. Aportó contenido.

Jamás olvidaré David Alfaro Siqueiros: retrato de una década, la exposición que curó para el Museo Nacional de Arte. Siempre me ha interesado la obra del muralista, pero Debroise me lo mostró en su esplendor como pintor. Y, una exposición como La era de la discrepancia, en la que trabajó con Cuauhtémoc Medina, Pilar García y Álvaro Vázquez y que se presentó el año pasado en el Museo Universitario de Ciencias y Artes de la UNAM visibilizó buena parte de una historia del arte mexicano de los últimos 40 años que había sido ignorada.

Olivier Debroise se ganó a pulso el respeto y el cariño de la comunidad artística. Se le extrañará.

Fuente de consulta: Mayer, Mónica (2008) Debroise (1952-2008). El Universal. 16 de mayo de 2008. Disponible en: http://www.eluniversal.com.mx/columnas/71430.html








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